A menudo perdemos de vista que nuestra forma de relacionarnos en contextos laborales constituye una muestra de las formas de relación de la sociedad a la que pertenecemos. Dicho en otras palabras, las maneras de vincularnos con las personas para las que trabajamos y con las que trabajamos reproducen los comportamientos de la sociedad en la que vivimos.
En esta línea, las/os invito a preguntarnos cuál es el contexto social en el que se inscriben los encuentros terapéuticos, porque para entender los modos de vincularnos en el campo de la salud, es necesario analizar los modos culturales dominantes y sus formas de construir subjetividades. En este sentido, la cultura neoliberal tiene un rol relevante, sobre todo en América Latina, que tiene el triste privilegio de ser una de las regiones del mundo donde el neoliberalismo tuvo más influencia (1). Veamos qué expresan los principales discursos de esta orientación ideológica. Porque, como toda ideología, además de proponer un modelo económico y de gobierno, propone un modelo social. En el campo social afirman que la existencia de la sociedad, entendida como la construcción de un sentimiento de corresponsabilidad ciudadana por un destino común, conspira contra las libertades individuales. El neoliberalismo sostiene que pensar en términos de tejido social es sólo una expresión de ideas utópicas e impracticables que perjudican a los individuos y constituyen la base de los totalitarismos (2). Esto explica por qué niegan los derechos adquiridos por las minorías y por las poblaciones vulneradas y por qué desprecian las ideas de compromiso, inclusión y justicia social, como barreras al progreso y a las libertades individuales (3-5).
Volvamos al campo de la medicina. Si entendemos la consulta1 como un acto terapéutico que se construye a partir de un encuentro entre una persona del sistema de salud y una persona que ocupa el rol de usuaria, mi invitación es a que nos preguntemos qué pasa en ese encuentro cuando la cultura que nos rodea considera que cada quien debería pensar en sí mismo, que los encuentros con las otras personas se deben inscribir en un cálculo de costo-beneficio y que primero, y ante todo, debemos priorizar nuestras necesidades, pues la idea de pensar en el bien común es una utopía pasada de moda. En este contexto las/os invito a que pensemos si en las consultas hay encuentro o sólo hay interrogatorios unidireccionales que sólo buscan un objetivo instrumental. Y a preguntarnos si ésta no es una de las razones que podría explicar por qué, a pesar de los avances tecnológicos y del incremento de las capacidades diagnósticas y terapéuticas, los niveles de descontento e insatisfacción son cada vez mayores (6-12).
Propongo que analicemos el descontento creciente en el campo de la salud en relación con la calidad de los encuentros, sobre todo en los lugares donde no hay déficit en la oferta de servicios2, para pensarlos en un contexto social más amplio, a partir del cual podamos comprender algunas de las razones sociales por las cuales los encuentros pueden haber perdido calidad y a su vez, de qué manera nuestro rol como terapeutas reproduce patrones de comportamiento ciudadanos que fragmentan aún más el tejido social. Y si esto no es porque hay algo de lo que estos encuentros podrían ofrecer, pero no sucede (13).
Quienes trabajamos en salud sabemos que las personas que concurren a la consulta no esperan solamente que les resolvamos su problema de salud, pues saben que eso no es siempre posible, sino que pretenden que nos convirtamos en interlocutoras/es válidas/os para pensar su situación. Eso explica porque, en numerosas oportunidades en las que no podemos ofrecer tratamientos exitosos, recibimos sin embargo agradecimiento y reconocimiento por nuestra presencia. Y explica también que, si ese encuentro no sucede, si no se produce un nivel de interacción significativa, se produce malestar y descontento. Esta dimensión constituye, desde mi punto de vista, un eje clave para pensar la crisis vincular que estamos padeciendo en las relaciones terapéuticas que incrementan, además, la crisis de legitimidad de las prácticas de salud en general (14).
Siguiendo esta línea, podemos considerar dos dimensiones del cuidado de la salud, la tecnocientífica y la subjetiva. Si bien ambas son imprescindibles para el acto de curar, desde los primeros años de formación de grado son abordadas de distinta manera. Mientras que en la dimensión tecnocientífica nos movemos con mucha comodidad, porque en ella se centró toda nuestra formación; la dimensión subjetiva ha sido invisibilizada y dejada de lado porque no se tiene en cuenta que, sin ella, la dimensión tecnocientífica no puede implementarse.
¿Por qué para hablar de la dimensión subjetiva del cuidado me referí en un principio a los modos del neoliberalismo de construir subjetividades? Porque, como dijimos, el encuentro entre personas usuarias y el personal de la salud no ocurre en el vacío, sino que deviene del contexto de relaciones que transcurren en otras dimensiones y es muy difícil pensar que estos encuentros puedan ser de calidad en un contexto neoliberal que califica lo vincular como perjudicial y contempla las relaciones humanas en términos instrumentales de ganancia o pérdida. Esto nos obliga a pensar en los modos de construir vínculos y subjetividades y en la capacidad de construir protagonismos para cada uno de estos espacios (15), que generarán mayores o menores sentimientos de potencia y de satisfacción o impotencia e insatisfacción.
Desde un punto de vista político y social, la relevancia de reflexionar sobre los encuentros se basa en su capacidad de construir subjetividades, ya que las formas de subjetivación son vinculares. Nos constituimos como personas en relación con otros y otras, en encuentros y desencuentros que nos van “afectando” y conformando mutuamente. Encuentros que circulan en un devenir de flujos de conexión y afectaciones mutuas que, en el campo de la salud, surgen de la relación de espacios de cuidado que se establecen entre los equipos de salud y las personas usuarias. Hasta aquí dos dimensiones, por un lado, la calidad de los encuentros en relación con la producción de cuidado, y por el otro la calidad de los encuentros en relación con la construcción de subjetividades, y por lo tanto de ciudadanías. En el campo de la salud, si no hay encuentros intersubjetivos de calidad, las prácticas de cuidado pierden sentido y legitimidad, porque sólo cuando se producen encuentros significativos nacen afectos que dan significado al cuidado. En el campo social y político, debemos considerar que estos vínculos no afectan solamente a las personas usuarias, sino que operan también sobre la producción del sí mismo de cada persona del equipo de salud. Cada encuentro es parte de un proceso de encuentros que van construyendo a cada una de las personas involucradas, y por eso construyen sociedad y mundos, de manera simultánea e ineludible (16).
Podemos imaginar a cada uno de estos encuentros como espacios a los que, siguiendo a Suely Rolnik, llamaremos “territorios existenciales». Territorios que se construyen en cada encuentro de cuidado, que pueden construir territorios existenciales acogedores, o expulsivos, definiendo así la calidad del cuidado. Porque la calidad del cuidado y sus resultados necesitan de territorios existenciales en los que los equipos de salud puedan construir cuidado, salud, subjetividades, relaciones y comunidad (17), y a partir de los cuales la tecnociencia pueda desplegarse.
Esta perspectiva ofrece al modelo tecnocientífico y biomédico herramientas para mejorar la calidad de los servicios de salud y convertir las prácticas de atención de la salud en espacios de producción de cuidado, convirtiéndose en una propuesta transformadora para los modelos de salud que priorizan abordajes tecnicistas y dejan de lado la dimensión subjetiva y social de las personas, que no considera sus saberes, deseos y experiencias y por ello produce malestar. La perspectiva del cuidado propone ir de un modelo tecnocrático que centra sus acciones en atender enfermedades, prescribir técnicas y normatizar conductas, a un modelo que pueda producir salud por medio de la elaboración de planes de cuidado que surjan de un vínculo que incluya a las personas y a sus circunstancias como parte del acto terapéutico (18).
Se trata de proyectos de cuidado diseñados entre los equipos de salud y las personas usuarias, a partir de una estrategia de resignificación de las prácticas sanitarias (19), que incluyen espacios de corresponsabilidad, de expansión de los territorios existenciales y de valorización de otras maneras de entender la salud, con el objetivo de ofrecer respuestas adecuadas a la complejidad de la vida humana y ofrecer otros modelos de relacionarnos en los cuales el bien común vuelva a estar en el centro de la escena.
Las estrategias de cuidado superan la atención, que remite a la venta de un producto en el mercado. En el cuidado la interacción subjetiva es la protagonista (20,21), porque se inscribe en la dimensión de la existencia que surge de lo profundo de cada ser. Excede los actos conscientes para calmar el dolor y conservar la vida, porque incluye al conjunto de prácticas que constituyen el ser. Implica estar ahí, de manera plena y consciente, con un conocimiento del sí misma/o como cuidador de otro ser en el mundo, en una relación de alteridad. Con una mirada al futuro, a una vida creativa, que va “más allá de sí”, que construye espacios que permiten que se proyecten e incrementen las potencialidades de quienes se encuentran (22).
Ante los avances de las nuevas derechas y del neoliberalismo, ante sus intentos para que predomine el cinismo y el desaliento, ante sus embates para debilitar los vínculos sociales, los equipos de salud podemos ocupar un rol ciudadano y contribuir a cultivar otras formas de vincularnos para que, en cada encuentro, se pueda experimentar un destino común, incluyendo las diferencias y otredades (23).
Notas para la lectura:
1 Es necesario aclarar que cuando hable de consultas me estaré refiriendo a cualquier encuentro que se produzca entre una persona que pertenezca a los equipos de salud y a una persona que consulta o que podría hacerlo. Por lo tanto, no me estoy restringiendo a una consulta con un/a profesional médica/o exclusivamente, sino a todas las personas que cumplen roles en los equipos de salud.
2 En este artículo no me dedicaré a reflexionar sobre lo que sucede en contextos en los que el principal problema es el déficit de oferta de servicios. No porque considere que es un tema menor, sino porque aquí querría poner el acento en otra dimensión. Propongo dejar estos contextos en suspenso, considerando además que la bibliografía que analiza los crecientes niveles de descontento no se restringe a lugares donde la oferta de servicios es deficitaria y que por lo tanto impide que atribuyamos el malestar exclusivamente a esta falta.
Referencias bibliográficas
En esta línea, las/os invito a preguntarnos cuál es el contexto social en el que se inscriben los encuentros terapéuticos, porque para entender los modos de vincularnos en el campo de la salud, es necesario analizar los modos culturales dominantes y sus formas de construir subjetividades. En este sentido, la cultura neoliberal tiene un rol relevante, sobre todo en América Latina, que tiene el triste privilegio de ser una de las regiones del mundo donde el neoliberalismo tuvo más influencia (1). Veamos qué expresan los principales discursos de esta orientación ideológica. Porque, como toda ideología, además de proponer un modelo económico y de gobierno, propone un modelo social. En el campo social afirman que la existencia de la sociedad, entendida como la construcción de un sentimiento de corresponsabilidad ciudadana por un destino común, conspira contra las libertades individuales. El neoliberalismo sostiene que pensar en términos de tejido social es sólo una expresión de ideas utópicas e impracticables que perjudican a los individuos y constituyen la base de los totalitarismos (2). Esto explica por qué niegan los derechos adquiridos por las minorías y por las poblaciones vulneradas y por qué desprecian las ideas de compromiso, inclusión y justicia social, como barreras al progreso y a las libertades individuales (3-5).
Volvamos al campo de la medicina. Si entendemos la consulta1 como un acto terapéutico que se construye a partir de un encuentro entre una persona del sistema de salud y una persona que ocupa el rol de usuaria, mi invitación es a que nos preguntemos qué pasa en ese encuentro cuando la cultura que nos rodea considera que cada quien debería pensar en sí mismo, que los encuentros con las otras personas se deben inscribir en un cálculo de costo-beneficio y que primero, y ante todo, debemos priorizar nuestras necesidades, pues la idea de pensar en el bien común es una utopía pasada de moda. En este contexto las/os invito a que pensemos si en las consultas hay encuentro o sólo hay interrogatorios unidireccionales que sólo buscan un objetivo instrumental. Y a preguntarnos si ésta no es una de las razones que podría explicar por qué, a pesar de los avances tecnológicos y del incremento de las capacidades diagnósticas y terapéuticas, los niveles de descontento e insatisfacción son cada vez mayores (6-12).
Propongo que analicemos el descontento creciente en el campo de la salud en relación con la calidad de los encuentros, sobre todo en los lugares donde no hay déficit en la oferta de servicios2, para pensarlos en un contexto social más amplio, a partir del cual podamos comprender algunas de las razones sociales por las cuales los encuentros pueden haber perdido calidad y a su vez, de qué manera nuestro rol como terapeutas reproduce patrones de comportamiento ciudadanos que fragmentan aún más el tejido social. Y si esto no es porque hay algo de lo que estos encuentros podrían ofrecer, pero no sucede (13).
Quienes trabajamos en salud sabemos que las personas que concurren a la consulta no esperan solamente que les resolvamos su problema de salud, pues saben que eso no es siempre posible, sino que pretenden que nos convirtamos en interlocutoras/es válidas/os para pensar su situación. Eso explica porque, en numerosas oportunidades en las que no podemos ofrecer tratamientos exitosos, recibimos sin embargo agradecimiento y reconocimiento por nuestra presencia. Y explica también que, si ese encuentro no sucede, si no se produce un nivel de interacción significativa, se produce malestar y descontento. Esta dimensión constituye, desde mi punto de vista, un eje clave para pensar la crisis vincular que estamos padeciendo en las relaciones terapéuticas que incrementan, además, la crisis de legitimidad de las prácticas de salud en general (14).
Siguiendo esta línea, podemos considerar dos dimensiones del cuidado de la salud, la tecnocientífica y la subjetiva. Si bien ambas son imprescindibles para el acto de curar, desde los primeros años de formación de grado son abordadas de distinta manera. Mientras que en la dimensión tecnocientífica nos movemos con mucha comodidad, porque en ella se centró toda nuestra formación; la dimensión subjetiva ha sido invisibilizada y dejada de lado porque no se tiene en cuenta que, sin ella, la dimensión tecnocientífica no puede implementarse.
¿Por qué para hablar de la dimensión subjetiva del cuidado me referí en un principio a los modos del neoliberalismo de construir subjetividades? Porque, como dijimos, el encuentro entre personas usuarias y el personal de la salud no ocurre en el vacío, sino que deviene del contexto de relaciones que transcurren en otras dimensiones y es muy difícil pensar que estos encuentros puedan ser de calidad en un contexto neoliberal que califica lo vincular como perjudicial y contempla las relaciones humanas en términos instrumentales de ganancia o pérdida. Esto nos obliga a pensar en los modos de construir vínculos y subjetividades y en la capacidad de construir protagonismos para cada uno de estos espacios (15), que generarán mayores o menores sentimientos de potencia y de satisfacción o impotencia e insatisfacción.
Desde un punto de vista político y social, la relevancia de reflexionar sobre los encuentros se basa en su capacidad de construir subjetividades, ya que las formas de subjetivación son vinculares. Nos constituimos como personas en relación con otros y otras, en encuentros y desencuentros que nos van “afectando” y conformando mutuamente. Encuentros que circulan en un devenir de flujos de conexión y afectaciones mutuas que, en el campo de la salud, surgen de la relación de espacios de cuidado que se establecen entre los equipos de salud y las personas usuarias. Hasta aquí dos dimensiones, por un lado, la calidad de los encuentros en relación con la producción de cuidado, y por el otro la calidad de los encuentros en relación con la construcción de subjetividades, y por lo tanto de ciudadanías. En el campo de la salud, si no hay encuentros intersubjetivos de calidad, las prácticas de cuidado pierden sentido y legitimidad, porque sólo cuando se producen encuentros significativos nacen afectos que dan significado al cuidado. En el campo social y político, debemos considerar que estos vínculos no afectan solamente a las personas usuarias, sino que operan también sobre la producción del sí mismo de cada persona del equipo de salud. Cada encuentro es parte de un proceso de encuentros que van construyendo a cada una de las personas involucradas, y por eso construyen sociedad y mundos, de manera simultánea e ineludible (16).
Podemos imaginar a cada uno de estos encuentros como espacios a los que, siguiendo a Suely Rolnik, llamaremos “territorios existenciales». Territorios que se construyen en cada encuentro de cuidado, que pueden construir territorios existenciales acogedores, o expulsivos, definiendo así la calidad del cuidado. Porque la calidad del cuidado y sus resultados necesitan de territorios existenciales en los que los equipos de salud puedan construir cuidado, salud, subjetividades, relaciones y comunidad (17), y a partir de los cuales la tecnociencia pueda desplegarse.
Esta perspectiva ofrece al modelo tecnocientífico y biomédico herramientas para mejorar la calidad de los servicios de salud y convertir las prácticas de atención de la salud en espacios de producción de cuidado, convirtiéndose en una propuesta transformadora para los modelos de salud que priorizan abordajes tecnicistas y dejan de lado la dimensión subjetiva y social de las personas, que no considera sus saberes, deseos y experiencias y por ello produce malestar. La perspectiva del cuidado propone ir de un modelo tecnocrático que centra sus acciones en atender enfermedades, prescribir técnicas y normatizar conductas, a un modelo que pueda producir salud por medio de la elaboración de planes de cuidado que surjan de un vínculo que incluya a las personas y a sus circunstancias como parte del acto terapéutico (18).
Se trata de proyectos de cuidado diseñados entre los equipos de salud y las personas usuarias, a partir de una estrategia de resignificación de las prácticas sanitarias (19), que incluyen espacios de corresponsabilidad, de expansión de los territorios existenciales y de valorización de otras maneras de entender la salud, con el objetivo de ofrecer respuestas adecuadas a la complejidad de la vida humana y ofrecer otros modelos de relacionarnos en los cuales el bien común vuelva a estar en el centro de la escena.
Las estrategias de cuidado superan la atención, que remite a la venta de un producto en el mercado. En el cuidado la interacción subjetiva es la protagonista (20,21), porque se inscribe en la dimensión de la existencia que surge de lo profundo de cada ser. Excede los actos conscientes para calmar el dolor y conservar la vida, porque incluye al conjunto de prácticas que constituyen el ser. Implica estar ahí, de manera plena y consciente, con un conocimiento del sí misma/o como cuidador de otro ser en el mundo, en una relación de alteridad. Con una mirada al futuro, a una vida creativa, que va “más allá de sí”, que construye espacios que permiten que se proyecten e incrementen las potencialidades de quienes se encuentran (22).
Ante los avances de las nuevas derechas y del neoliberalismo, ante sus intentos para que predomine el cinismo y el desaliento, ante sus embates para debilitar los vínculos sociales, los equipos de salud podemos ocupar un rol ciudadano y contribuir a cultivar otras formas de vincularnos para que, en cada encuentro, se pueda experimentar un destino común, incluyendo las diferencias y otredades (23).
Notas para la lectura:
1 Es necesario aclarar que cuando hable de consultas me estaré refiriendo a cualquier encuentro que se produzca entre una persona que pertenezca a los equipos de salud y a una persona que consulta o que podría hacerlo. Por lo tanto, no me estoy restringiendo a una consulta con un/a profesional médica/o exclusivamente, sino a todas las personas que cumplen roles en los equipos de salud.
2 En este artículo no me dedicaré a reflexionar sobre lo que sucede en contextos en los que el principal problema es el déficit de oferta de servicios. No porque considere que es un tema menor, sino porque aquí querría poner el acento en otra dimensión. Propongo dejar estos contextos en suspenso, considerando además que la bibliografía que analiza los crecientes niveles de descontento no se restringe a lugares donde la oferta de servicios es deficitaria y que por lo tanto impide que atribuyamos el malestar exclusivamente a esta falta.
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- Brown W. En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tinta Limón, 2020, p. 43
Por: Alejandra Sanchez Cabezas
Presidenta del Consejo de Salud Comunitaria de la SAM
alejandra.sanchezcabezas@gmail.com