El pasado 3 de junio (#3J), los movimientos de mujeres y feministas, el colectivo LGBTQI+ y otras miles de personas auto convocadas, marcharon en más de 10 localidades del país exigiendo justicia y denunciando las violencias basadas en el género y los femicidios.
La primer gran marcha bajo la consiga “Ni Una Menos” fue el 3 de junio de 2015, desencadenada por el asesinato de Chiara Perez y las violencias históricas que las mujeres e identidades feminizadas venimos sufriendo. Siete años después de esta gran movilización, los números de femicidios no han bajado: desde 2015 al 2022 más de 2000 mujeres e identidades feminizadas fueron asesinadas. Los avances en la concientización, la visibilización y las denuncias no se correlacionan con una baja en las muertes, es por ello que los reclamos continúan.
¿Cómo se vincula el #3J con la salud?
Comprender que las violencias hacia las mujeres y las identidades feminizadas responden a lógicas complejas relacionadas con la desigualdad, los modos en que las personas somos socializadas, cuestiones de etnia y religión, condiciones de vida, entre otras, es clave para reconocer formas de violencia sutiles y naturalizadas en nuestras comunidades. Estas violencias operan en todos los niveles y, teniendo en cuenta que el mundo ha sido dominado, estudiado y valuado desde la mirada masculina, la ciencia y la salud no son ajenas a la reproducción de las violencias machistas.
Entender que la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad y que es necesario definirla desde una mirada de la complejidad como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 1946), condicionada por determinantes sociales, políticos, económicos e históricos es clave. Entendiendo el proceso de salud – enfermedad y atención desde esta mirada, permite evaluar a dichos determinantes como factores protectores o de riesgo. En la actualidad, la condición de mujeres es un factor de riesgo para la salud, dado que 1 de cada 3 mujeres en América Latina ha sufrido violencia física o sexual. Es sabido los impactos que la violencia tiene en la salud de las mujeres y el colectivo LGBTIQ+, pues afecta negativamente en la salud física, sexual, mental y reproductiva.
Las violencias hacia las mujeres son una violación a los derechos humanos y un grave problema de salud pública, es por ello que el sistema de salud y sus efectores, tienen la obligación de entender la problemática de la violencia, conocerla y poder tomar medidas preventivas y de intervención para su detección temprana. Por este motivo, es indispensable que los equipos de salud reciban la capacitación necesaria para poder prevenir, detectar e intervenir en situaciones de violencia, de acuerdo a la legislación vigente y consonancia con los acuerdos internacionales a los que nuestro país adhiere, garantizando siempre el cuidado de las víctimas y sobrevivientes, evitando procesos revictimizatorios.
El acceso a IVE e ILE sin restricciones, la prevención de los embarazos no intencionales en la adolescencia, la provisión métodos anticonceptivos, el derecho a vivir vidas libres de violencias, la atención en salud mental, generar espacios de atención inclusivos, respetuosos y cuidados, son desafíos actuales de un sistema de salud que tiene la obligación de reconocer la situación de violencia en las que viven las mujeres y actuar conforme a mitigarla, evitando reproducir prácticas y posicionamientos machistas.
Lee más sobre haciendo click en los siguientes enlaces:
“Salud sexual y reproductiva en la salud de las mujeres: una deuda pendiente” y “Movimientos feministas: aportes a la ciencia”
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Foto de portada: Freepik
Foto manifestación: https://diputadosbsas.com.ar/ni-una-menos-arrancan-las-marchas-en-el-congreso-y-en-el-interior-bonaerense/
Por: Guadalupe Rivero
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