Cada día somos testigos de un gran número de violencias sociales, las culturas se encargan cuidadosamente de modelar ciertos potenciales, canalizando exitosamente las violencias permitidas. Esta socialización, admitiría cierta dosis de control y dominación sobre otros, pero sólo en un grado “adecuado”.
Históricamente, la cultura del mercado ha sido una cultura de exclusión. El valor radica en los más fuertes, resistentes, estéticamente bellos y poderosos. Las nuevas generaciones reciben el alimento de la presión mediática, social, grupal, familiar, de lo que hay que parecer antes que de lo que se debe ser.
Cuando el abuso de poder es aceptado por las normas como una costumbre, y reproducido como estímulo cotidiano, como una modalidad de relación habitual, la violencia se naturaliza y pasa a permanecer ignorada, deja de sorprender, a menos que adquiera proporciones cinematográficas o públicas.
No es el ánimo de esta comunicación el análisis de la multidimensionalidad que interviene en los orígenes y efectos de la violencia hacia los mayores, sino simplemente un nuevo alerta de su alarmante crecimiento y, particularmente, del avance de la inversión intergeneracional que reemplaza a grandes pasos, el cuidado por el destrato, el maltrato y la violencia explícita.
Sin embargo, ahora bien, ¿cuál es la causalidad de ruptura de los pactos interpersonales e intergeneracionales que se ha producido para arribar a las cifras que estamos analizando respecto de las múltiples manifestaciones de maltrato hacia el interior de las familias de las personas mayores?
Una de las exploraciones pendientes de profundización, resulta de la reciente y precoz medida del impacto de las tecnologías en las subjetividades de las nuevas generaciones “tildocráticas”.
Desarrolladas tras el anonimato creciente de las pantallas, no hay límite expreso, visible, ni tangente de hasta donde se puede y hasta donde no se puede llegar. Lo virtual expandió las dimensiones al infinito. El espacio y el tiempo adquirieron nuevas formas y modalidades, la imagen y el instante ganan terreno en la puesta en valor y los modos de relación se modifican día a día.
El avasallamiento de los hijos sobre sus padres mayores crece y supera cualquier otra cifra de las categorías de clasificación del problema.
Algunos indicios de transformación se presentarían relacionados a los propios cambios de las conformaciones familiares. La modernidad invita a la familia tradicional a la transmutación y la figura del pater familias, autoridad legitimada y suprema del grupo, se desdibuja tras un ensamble en donde no encuentra donde habitar. Tradicional, ensamblada, monoparental, monomarental, igualitaria, de vientre subrogado, etc. ¿Quién vendrá a ocupar el rol de limitante, la función que introduce la salud, la protección y el bienestar en un otro? ¿El padre biológico, la pareja de la madre, la madre misma, un hermano mayor, el comprador del producto de un vientre de alquiler?
La cantidad de hogares monomarentales ha crecido en la región de manera escandalosa. El trabajo dentro y fuera del hogar de la mujer invita a escolarizaciones de tiempo completo, a la adultización del niño a cargo de otros niños o a la soledad infantojuvenil con sus consiguientes efectos.
Los embarazos adolescentes se presentan como una problemática creciente a nivel mundial. ¿Quién cría? ¿Los padres sin alcanzar su madurez integral? ¿Los abuelos de cuarenta o cincuenta años de edad, esforzados en roles y economías insatisfechas? El niño nacido, ¿en qué rol es ubicado, es hijo-hermano? Otra vez, se desdibuja el rol de autoridad y se produce el desarrollo evolutivo en el mundo de Peter Pan.
La escuela, en otra fuente de reforzamiento de delimitaciones subjetivas, construcción de conocimiento y lazo social, pierde terreno. En el cuestionamiento de sus desdibujados objetivos, intentando contenciones comunitarias, alimentando estómagos y emociones, no logra una nueva figura que encaje en los tiempos bisagra que acechan a sus bases.
Finalmente, el Estado. La autoridad legítima y legitimada para dirigir, controlar y administrar instituciones que garanticen derechos para todos, no sólo es permanentemente cuestionada, atacada, burlada incorporándose como una entidad de dudosa credibilidad; sino que incluso sus representantes se constituyen en figuras de pseudofamiliaridad, restando institucionalidad así como, la sana garantía del buen cumplimiento de su función.
Entonces, surge la idea de una o dos, o más generaciones llegando a la adultez con límites fronterizos, borrosos. En la frontera, es posible confundir el idioma, es posible negociar la cultura, es posible “traspasar lo prohibido”.
La gestión del dolor y la economía de la violencia
El innegable crecimiento de la población mayor al que venimos aludiendo, ha obligado a los países a adoptar medidas de contención en la escalada de vulneración de derechos.
Indudablemente, que una de las mayores resistencias a la adhesión a los instrumentos legales de orden internacional, y nacional, es el atravesamiento del viejismo en los decisores de políticas, que insisten en sostener la cultura del descarte –ideología de exclusión sistemática de todo aquel grupo humano que no cumpla con los requisitos de producción que exige el mercado.
A sabiendas de ambas cuestiones, debemos exigirnos y exigir a los Estados uno de los derechos fundamentales: vivir una vida sin violencia.
Concluyendo: ¿Poner en perspectiva o poner en agenda?
Hemos avanzado. El mensaje de los organismos internacionales, advirtiendo los crecientes porcentajes de la violencia que contribuyen a la carga de enfermedad en la población, particularmente en la población mayor, ha tenido repercusión, tanto en la instrumentalización en recientes insumos jurídicos –Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores- como en el estudio de sus indicadores, sus causas y sus efectos.
Las tasas de femicidio, homicidio y suicidio se encuentran en páginas públicas de fácil acceso. Existe una cifra blanca del fenómeno.
La conceptualización, medición y análisis de las conductas violentas ha puesto de manifiesto que constituye una amenaza para la salud pública y el desarrollo de las naciones. La alta inversión presupuestaria desde el punto de vista del impacto poblacional, en la asistencia de la situación crítica y su desarrollo, presupone la urgente necesidad de la modificación de las políticas públicas, ya que los marcadores indican, que no ha habido detención ni retroceso del fenómeno, sino por el contrario un firme y creciente avance.
De lo expuesto hasta aquí, advertimos que es imprescindible subrayar las obligaciones del Estado, en la profundización del conocimiento y la comprensión de la compleja trama de factores culturales, políticos, socioeconómicos y psicosociales que están en las bases de la reproducción del comportamiento violento. Sin embargo, la magnitud que el problema exhibe no puede seguir admitiendo demoras en las decisiones respecto del sano desarrollo y despliegue pleno de la dignidad, las potencialidades y calidad de vida de las personas mayores.
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Por: Sandra HIriart
Lic. en Psicología. UBA. Especialista en Violencia Familiar. UBA. Gerontóloga. Instituto Universitario Isalud. Prosecretaria Jefa. OVD. Corte Suprema de Justicia de la Nación. Miembro fundadora y actual Vicepresidenta de la Asociación Argentina de Especialistas en Violencia familiar