El #8M debe, en parte, sus orígenes al logro del sufragio femenino en 1917 por parte de las socialistas rusas y es reconocido por la Asamblea de las Naciones Unidad en 1975 para conmemorar la lucha de las mujeres por la igualdad y el ejercicio efectivo de sus derechos, su participación en la sociedad y su desarrollo íntegro.
Este año, como ya sucede desde el 8 de marzo de 2017, las mujeres cis, lesbianas, travestis, trans y no binaries, volvemos a las calles en reclamo a las violencias basadas en el género que atraviesan nuestras vidas. Esto es consecuencia de que aún persisten desigualdades y desafíos entre la igualdad formal (proclamada en legislación, acuerdos y otros instrumentos garantes de derechos) y la igualdad real (aquello que efectivamente ocurre en la vida de las mujeres e identidades feminizadas). La real igualdad entre los géneros es obstaculizada por diferentes factores que responden a dimensiones del orden de lo social, lo político y lo económico.
Pese a los esfuerzos que se vienen realizando en las últimas décadas, la desigualdad de género en la inserción laboral de las mujeres cis y el colectivo LGBTTTQI+ aún existe. Una gran proporción de mujeres cis trabaja en condiciones precarias, en la informalidad, con una gran brecha salarial en relación a igual tarea con sus pares varones, lo cual implica una inserción laboral y condiciones materiales de vida diferentes y, sobretodo, desiguales. Esta realidad se complejiza cuando incorporamos a la lectura la intersección de las tareas de cuidado y la casi exclusividad de las mujeres cis en esta esfera. La doble o triple jornada laboral que las mujeres debemos cumplir hace referencia a esta situación. Este entramado de desigualdades atenta contra el pleno ejercicio de derechos de las mujeres y contra su desarrollo en todos los niveles y esferas de la vida.
La salud no está por fuera de esta realidad, lo cierto es que el campo de la salud es un sector históricamente feminizado que ha crecido en materia de profesionalización en el último siglo (se estima que para 2016 el 59% de los puestos en salud estaban cubiertos por mujeres). Aun así, no ha habido mejoras en las condiciones laborales ni en términos de paridad de ingresos. Esto demuestra que no solo es necesario desarrollar políticas y/o estrategias que garanticen la incorporación, en tanto cantidad de representantes, de diferentes géneros al campo de la salud, sino que además es prioritario desarrollar estrategias que permitan mejoras las condiciones en las que dichas personas se incorporan.
Las desigualdades son muchas, y atraviesan diferentes dimensiones. El campo de la salud, además de encontrarse lejos de la paridad de género en términos estructurales, se presenta también como un sector poco amigable frente a otras identidades, excluyente y poco accesible, en parte debido a la falta de transversalización de la perspectiva de género en las instituciones de salud; y también a que se encuentran escasos espacios de formación (formales e informales) destinados a profesionales de la salud.
De todos modos, existen espacios de lucha, resistencia y avances en materia de igualdad y equidad de género que permiten reconocer que es posible la transformación y que existen otros modos de construir realidades. Para que esto suceda es indispensable que las instituciones tomen su parte como actores sociales y que los varones reconozcan sus lugares de privilegio, los problematicen y se involucren en la búsqueda y construcción de soluciones.
Bibliografía: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/20180409-genero-sector-salud-feminizacion-brechas-laborales.pdf
Foto de portada: Freepik
Por: Guadalupe Rivero
Directora Ejecutiva de Surcos
Presidenta de Asociación Convoz por una vida sin violencia
In - Guadalupe Rivero