De la misma manera que la vejez, el género es una construcción social que evidencia los significados que tiene para cada sociedad, el ser varón o ser mujer, en un contexto histórico determinado. Muestra las formas en que una sociedad asigna roles a varones y mujeres en forma diferenciada por ciertas condiciones biológicas. Es una herramienta analítica que alude a significados sobre las relaciones sociales y procesos de identidad organizados en torno a las diferencias anatómicas y fisiológicas, principalmente relacionadas con funciones reproductivas (Scott, 1996).
Las relaciones de género se refieren a las diferentes posiciones de poder y categorías que hombres y mujeres ocupan en la jerarquía social. De esta manera, comprender cómo se vinculan el género y la edad nos posibilita comprender como varones y mujeres participan de la distribución del poder a medida que van envejeciendo y cómo es su acceso al bienestar social (Ginn y Arber, 1996)
Las mujeres y los hombres mayores arrastran la carga social asignada a su género, materializándose la participación social de forma muy desigual entre ambos. Este hecho implica que mujeres y varones no envejecen de la misma forma, llegando a esta etapa en condiciones muy diferentes: hombres jubilados, mujeres mayores trabajadoras no remuneradas o con menor experiencia financiera, distinto poder adquisitivo, distintas relaciones sociales, distintas actividades de tiempo libre, distintas posibilidades de acceder a los recursos de su comunidad, distintas inquietudes.
Ser mujer y ser mayor son dos categorías que se intersectan y constituyen dos fuentes de desigualdad. Las mujeres a lo largo de su vida acumulan una serie de desigualdades que van construyendo un envejecimiento diferencial. Las condiciones económicas y de salud en que se encuentren las personas mayores son el resultado de una sucesión de significados y prácticas para cada sexo durante toda su vida.
Tenemos que considerar que las mujeres llegan a la vejez con menos recursos económicos porque muchas veces tuvieron que abandonar sus trabajos remunerados por realizar tareas reproductivas, de crianza, de cuidado de personas o domésticas, lo cual les impidió realizar aportes jubilatorios. De la misma manera el acceso a los servicios de salud. En cambio, la trayectoria de vida de los varones refleja mayor participación en actividades económicas.
En la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento se hace hincapié en la formulación de políticas sobre la situación de las mujeres de edad, enfatizando su importancia y prioridad, considerando que las mujeres llegan a edades más avanzadas que los hombres. Reconocer los efectos diferenciales del envejecimiento en las mujeres y los hombres es esencial para lograr la plena igualdad entre ambos y para formular medidas eficaces y eficientes para hacer frente al problema. Por lo tanto, es decisivo lograr la integración de una perspectiva de género en todas las políticas y programas sociales que involucren la salud en un sentido integral.
El papel de las mujeres mayores se encuentra, en diversos aspectos, invisibilizado.
La contribución que realizan a la sociedad no se reconoce formalmente. Un ejemplo de ello lo muestran aquellas mujeres que en la actualidad tienen más de 60 años y se ocupan de brindar cuidados a sus padres de más de 80 años, atienden a sus cónyuges o parejas mayores y ayudan a sus hijas en el cuidado de sus nietes. La inversión de tiempo para la realización de estas tareas de cuidado, a las que habría que sumar el tiempo empleado en actividades domésticas, deja sin posibilidades participativas a todas estas mujeres.
Desde otra perspectiva, como es la realización de actividades, las diferencias de género también son notables. Mientras los hombres realizan actividades en mayor número, en espacios públicos y con mayores grados de movilidad, las mujeres concentran su actividad en espacios domésticos o afines a ello y con un carácter más pasivo. La división sexual del trabajo doméstico plantea en este sentido un punto de análisis. El ocio de los varones mayores se configura como un elemento positivo para la etapa de jubilación en la que se encuentran. No resulta así para las mujeres mayores, especialmente para las que no han tenido un trabajo remunerado, ya que para ellas no existe tal jubilación de las tareas del hogar, por lo que siguen vinculadas a dichas actividades.
Es importante analizar la participación desde una perspectiva de género. Por otra parte, tenemos que pensar que en todas las edades hay mayor cantidad de mujeres que de varones y a medida que se avanza en la edad, esta diferencia es aún más marcada. Es por ello, que desde Surcos A.C promovemos la participación de las mujeres mayores capacitándolas para que se conviertan en referentes y líderes de su comunidad, problematizando los roles tradicionales de género.
El enfoque saludable y de género del envejecimiento trata de ayudar a construir procesos inclusivos en la sociedad para que las personas mayores puedan tener su propio espacio en ella, con el fin que puedan intervenir de forma activa y útil en su desarrollo y construcción y que de esta manera fortalezcan su autoestima y autodeterminación, optimizando su calidad de vida.
Es muy reciente el análisis de las vejeces desde una perspectiva de género y un desafío fundamental el diseño e implementación de políticas públicas específicas desde este enfoque para la construcción de vejeces más igualitarias.
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Imagen de portada: Freepik
Por: Alejandra Vazquez
Licenciada en Psicología, especialista en violencia.